«"Contrafilosofías de la evaluación" es otra vuelta de tuerca que nos revela y recuerda la confusión del rendimiento con la educación. Su fuerza permite una crítica de la razón evaluadora no solamente en pedagogía sino en el mundo que estamos viviendo. Si la racionalidad del evaluar regula la escolaridad y se disfraza de enseñanza, el cálculo, la medida, el número o la letra que el juez/maestro/profesor dispone para “evaluar y castigar”, citando la expresión del propio Facundo, muestra cómo ciertas pedagogías (se) rinden para la eficacia y, al hacerlo, destituyen la aventura, el deleite, el entusiasmo, el placer de pensar. Cuando más información, menos pensamiento. Con la tecnología industrial del entretenimiento (televisión con 800 canales más las tabletas y los teléfonos “i” que nos esclavizan en las vías múltiples de la información) y sus apoyaturas institucionales, actanciales, políticas y económicas, el raciocinio evaluador cumple sin descanso su función: producir subjetividades usuarias, atontadas y adormecidas, que ya no preguntan, no piensan y entregan su alma.
Si el pulso pedagógico formal es económicamente dominante, las pedagogías sin rendición enseñan que la educación no tiene por qué serlo. El raciocinio evaluador es tenaz, pero no es infalible. La desobediencia epistémica de las contrafilosofías nos permite y permitirá retomar la música y la alegría del pensar y del conversar, de espaldas a la racionalidad de la evaluación reducida a su propio reducto corporativo. Aunque también si vemos cómo la razón de evaluar es o se hace, percibiremos que su espacio-tiempo no es el de la vitalidad del discurrir y del educar.
Hace ya varios años que converso con –y leo a– Facundo Giuliano, siguiéndolo en los innumerables vericuetos por los que combate sin tregua y sin pausa la razón evaluadora. Así compuso una fiesta exuberante de ideas, juegos lingüísticos, humor y revelación de los trapos sucios en el armario de las aulas, ocultos no solo por su puerta cerrada sino por el pulcro orden áulico ahora decorado con computadoras en los bancos y cada vez menos imágenes en las paredes. Con esto subrayo la fuerza que adquiere el argumento cuando Facundo lo amplía en la riqueza de anécdotas, de citas, de expresiones cotidianas que resquebrajan la formalidad académica; recuerdo a Julio Cortázar cuando en alguna parte dijo que para escribir no había que ponerse el esmoquin de doble botonadura con solapas en pico. Facundo despliega su escritura con soltura, lo imagino componiendo el texto como si jugara con las teclas del piano en el medio de la fiesta, busca la razón de la evaluación, juguetea, le recuerda que ya no tiene dónde esconderse si bien todavía tiene su lugar principal en las escuelas y en las universidades.
Restituir la educación en las instituciones educativas, sin desatender cómo estas nos usan, es el compromiso necesario de este volumen afincado en el hacer y pensar fronterizos, en todo accionar resistente al control institucional.» Walter Mignolo

Contrafilosofías de la evaluación - Facundo Giuliano

$26.700
Contrafilosofías de la evaluación - Facundo Giuliano $26.700

«"Contrafilosofías de la evaluación" es otra vuelta de tuerca que nos revela y recuerda la confusión del rendimiento con la educación. Su fuerza permite una crítica de la razón evaluadora no solamente en pedagogía sino en el mundo que estamos viviendo. Si la racionalidad del evaluar regula la escolaridad y se disfraza de enseñanza, el cálculo, la medida, el número o la letra que el juez/maestro/profesor dispone para “evaluar y castigar”, citando la expresión del propio Facundo, muestra cómo ciertas pedagogías (se) rinden para la eficacia y, al hacerlo, destituyen la aventura, el deleite, el entusiasmo, el placer de pensar. Cuando más información, menos pensamiento. Con la tecnología industrial del entretenimiento (televisión con 800 canales más las tabletas y los teléfonos “i” que nos esclavizan en las vías múltiples de la información) y sus apoyaturas institucionales, actanciales, políticas y económicas, el raciocinio evaluador cumple sin descanso su función: producir subjetividades usuarias, atontadas y adormecidas, que ya no preguntan, no piensan y entregan su alma.
Si el pulso pedagógico formal es económicamente dominante, las pedagogías sin rendición enseñan que la educación no tiene por qué serlo. El raciocinio evaluador es tenaz, pero no es infalible. La desobediencia epistémica de las contrafilosofías nos permite y permitirá retomar la música y la alegría del pensar y del conversar, de espaldas a la racionalidad de la evaluación reducida a su propio reducto corporativo. Aunque también si vemos cómo la razón de evaluar es o se hace, percibiremos que su espacio-tiempo no es el de la vitalidad del discurrir y del educar.
Hace ya varios años que converso con –y leo a– Facundo Giuliano, siguiéndolo en los innumerables vericuetos por los que combate sin tregua y sin pausa la razón evaluadora. Así compuso una fiesta exuberante de ideas, juegos lingüísticos, humor y revelación de los trapos sucios en el armario de las aulas, ocultos no solo por su puerta cerrada sino por el pulcro orden áulico ahora decorado con computadoras en los bancos y cada vez menos imágenes en las paredes. Con esto subrayo la fuerza que adquiere el argumento cuando Facundo lo amplía en la riqueza de anécdotas, de citas, de expresiones cotidianas que resquebrajan la formalidad académica; recuerdo a Julio Cortázar cuando en alguna parte dijo que para escribir no había que ponerse el esmoquin de doble botonadura con solapas en pico. Facundo despliega su escritura con soltura, lo imagino componiendo el texto como si jugara con las teclas del piano en el medio de la fiesta, busca la razón de la evaluación, juguetea, le recuerda que ya no tiene dónde esconderse si bien todavía tiene su lugar principal en las escuelas y en las universidades.
Restituir la educación en las instituciones educativas, sin desatender cómo estas nos usan, es el compromiso necesario de este volumen afincado en el hacer y pensar fronterizos, en todo accionar resistente al control institucional.» Walter Mignolo