Siempre me intrigó pensar que las editoriales independientes existen para que los editores y editoras publiquen a sus amigues. A propósito, Virginia Woolf dice: “Nuestra editorial es para dar a luz a todos los monstruos de nuestra vecindad” (24). A veces se pasa por alto la calidad de un texto en pos de la amistad y eso, puede ser un problema para el editor o editora de turno. Ahora claro, si aquella persona es cercana al escritor en cuestión, supongo que no existe mayor problema. Recuerdo el caso de Raymond Carver y su editor (Gordon Lish): una profesora en la universidad nos mostró cómo eran originalmente algunos de los textos de Carver y cómo quedaban después de que Lish hiciera su trabajo. Imagino que, como ellos, deben existir otros casos así en Chile y otras partes del mundo.

Cómo nace la idea: diario de una editora-escritora es un libro publicado por Alquimia ediciones. Son 160 páginas de una finísima selección de extractos que tienen como base los diarios de Virginia Woolf. Estos fragmentos fueron traducidos y escogidos por Eric Schierloh, escritor, editor y traductor argentino. En el inicio de cada capítulo hay un pequeño párrafo de resumen que sitúa el acontecer de Virginia Woolf y su trabajo editorial, existencial y humano. Gran acierto de Schierloh.

Con la lectura de este libro me doy cuenta que gracias a su labor editorial, y también por ser dueña de su propia imprenta, Woolf logró soportar la vida durante más tiempo. El hecho de pasar tardes enteras cosiendo con hilo y encuadernando los libros que iban a publicar en Hogarth Press, su editorial, era una práctica que ella realizaba devotamente. Un ritual que espantaba a la muerte. Estas labores manuales ayudan a espantar, por un rato, a los demonios. Bien lo sabía Virginia Woolf.

En mi caso: odio las manualidades. O más bien, poseo nulo talento. Lo que mejor hago es recortar o pintar. Básicamente, actividades de kínder. Recuerdo que en el 2017 me obsesioné con hacer collage. Como cortar papel mantenía mi mente en blanco, intenté armar distintos escenarios oníricos que combinaran colores que me gustaban. Crear estos paisajes no me funcionó demasiado así que tuve que indagar en un tipo de collage más simple y minimalista. Mi favorito: recortar imágenes de mujeres y agregarle una cabeza de fruta.

La perseverancia de Virginia Woolf con el trabajo que implica mantener un oficio manual, además de todo su trabajo intelectual y escritural, me parece admirable. Para ella, no solo era huir de sus demonios, sino también huir de los demonios del resto: “Por lo general el trato con los autores hace que mengüe mi estima del ser humano” (91). De alguna u otra manera, en este libro se reafirma ese sentimiento antisocial que parecía vivir Woolf: “Quiero decir que lo emocionante es la escritura, no que te lean” (106).

Cómo nace la idea - Virginia Woolf

$21.200
Cómo nace la idea - Virginia Woolf $21.200

Siempre me intrigó pensar que las editoriales independientes existen para que los editores y editoras publiquen a sus amigues. A propósito, Virginia Woolf dice: “Nuestra editorial es para dar a luz a todos los monstruos de nuestra vecindad” (24). A veces se pasa por alto la calidad de un texto en pos de la amistad y eso, puede ser un problema para el editor o editora de turno. Ahora claro, si aquella persona es cercana al escritor en cuestión, supongo que no existe mayor problema. Recuerdo el caso de Raymond Carver y su editor (Gordon Lish): una profesora en la universidad nos mostró cómo eran originalmente algunos de los textos de Carver y cómo quedaban después de que Lish hiciera su trabajo. Imagino que, como ellos, deben existir otros casos así en Chile y otras partes del mundo.

Cómo nace la idea: diario de una editora-escritora es un libro publicado por Alquimia ediciones. Son 160 páginas de una finísima selección de extractos que tienen como base los diarios de Virginia Woolf. Estos fragmentos fueron traducidos y escogidos por Eric Schierloh, escritor, editor y traductor argentino. En el inicio de cada capítulo hay un pequeño párrafo de resumen que sitúa el acontecer de Virginia Woolf y su trabajo editorial, existencial y humano. Gran acierto de Schierloh.

Con la lectura de este libro me doy cuenta que gracias a su labor editorial, y también por ser dueña de su propia imprenta, Woolf logró soportar la vida durante más tiempo. El hecho de pasar tardes enteras cosiendo con hilo y encuadernando los libros que iban a publicar en Hogarth Press, su editorial, era una práctica que ella realizaba devotamente. Un ritual que espantaba a la muerte. Estas labores manuales ayudan a espantar, por un rato, a los demonios. Bien lo sabía Virginia Woolf.

En mi caso: odio las manualidades. O más bien, poseo nulo talento. Lo que mejor hago es recortar o pintar. Básicamente, actividades de kínder. Recuerdo que en el 2017 me obsesioné con hacer collage. Como cortar papel mantenía mi mente en blanco, intenté armar distintos escenarios oníricos que combinaran colores que me gustaban. Crear estos paisajes no me funcionó demasiado así que tuve que indagar en un tipo de collage más simple y minimalista. Mi favorito: recortar imágenes de mujeres y agregarle una cabeza de fruta.

La perseverancia de Virginia Woolf con el trabajo que implica mantener un oficio manual, además de todo su trabajo intelectual y escritural, me parece admirable. Para ella, no solo era huir de sus demonios, sino también huir de los demonios del resto: “Por lo general el trato con los autores hace que mengüe mi estima del ser humano” (91). De alguna u otra manera, en este libro se reafirma ese sentimiento antisocial que parecía vivir Woolf: “Quiero decir que lo emocionante es la escritura, no que te lean” (106).