Primero el varón se enamora como seductor. Este es el período estético, en el que ama la belleza de la mujer y teme perderla, es decir, su deseo se realiza en los celos. Por eso el alter ego del seductor es el celoso, en la medida en que padece la idea de que otro le quita los favores de su mujer.
Ahora bien, tanto en la seducción como en los celos, es cuestión de la pasividad entre varones. Un seductor puede serlo para no estar celoso; quien sufre de celos siente que no puede seducir a nadie (es decir, a otro varón). Por eso la seducción es particular cuando la practican las mujeres, porque solo desde una posición masculina una mujer puede seducir a un varón.
Los modos masculinos y femeninos de seducción no se corresponden necesariamente con un cuerpo de hombre o un cuerpo de mujer. Para la mujer ser seducida suele provocar un primer momento de rechazo que puede sintomatizarse de distintos modos; los más característicos o habituales son el asco o la vergüenza, lo que puede llegar hasta la inhibición de cualquier intento de establecer un lazo erótico. La fantasía, la seducción, es siempre un acto perverso y el hecho de ser tomado como objeto de un acto perverso es lo que provoca ese rechazo.
Hoy en día proliferan las “Academias de seducción” para varones. Y sin embargo, la seducción es una práctica femenina (desde una posición masculina). Un varón que seduce siempre puede ser más o menos ridículo. Lo mismo ocurre cuando un varón quiere producir celos. Causa vergüenza ajena. Las mujeres más seductoras no precisan escuelas, saben jugar con la propia imagen.
Celos, seducción y vergüenza son tres posiciones enlazadas, formaciones intrínsecas de la vida amorosa. En este libro se las explora a través de tres grandes autores de la literatura: Proust, Kierkegaard y Sartre.

 

Celos, seducción y vergüenza - Luciano Lutereau / Marina Esborraz

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Primero el varón se enamora como seductor. Este es el período estético, en el que ama la belleza de la mujer y teme perderla, es decir, su deseo se realiza en los celos. Por eso el alter ego del seductor es el celoso, en la medida en que padece la idea de que otro le quita los favores de su mujer.
Ahora bien, tanto en la seducción como en los celos, es cuestión de la pasividad entre varones. Un seductor puede serlo para no estar celoso; quien sufre de celos siente que no puede seducir a nadie (es decir, a otro varón). Por eso la seducción es particular cuando la practican las mujeres, porque solo desde una posición masculina una mujer puede seducir a un varón.
Los modos masculinos y femeninos de seducción no se corresponden necesariamente con un cuerpo de hombre o un cuerpo de mujer. Para la mujer ser seducida suele provocar un primer momento de rechazo que puede sintomatizarse de distintos modos; los más característicos o habituales son el asco o la vergüenza, lo que puede llegar hasta la inhibición de cualquier intento de establecer un lazo erótico. La fantasía, la seducción, es siempre un acto perverso y el hecho de ser tomado como objeto de un acto perverso es lo que provoca ese rechazo.
Hoy en día proliferan las “Academias de seducción” para varones. Y sin embargo, la seducción es una práctica femenina (desde una posición masculina). Un varón que seduce siempre puede ser más o menos ridículo. Lo mismo ocurre cuando un varón quiere producir celos. Causa vergüenza ajena. Las mujeres más seductoras no precisan escuelas, saben jugar con la propia imagen.
Celos, seducción y vergüenza son tres posiciones enlazadas, formaciones intrínsecas de la vida amorosa. En este libro se las explora a través de tres grandes autores de la literatura: Proust, Kierkegaard y Sartre.