A cincuenta años de la publicación de Semilla de crápula. Consejos para los educadores que quieran cultivarla, que se convirtió en una especie de libro rojo que le dio renombre en el ámbito educativo, Deligny retoma, con una pizca de ironía, la literatura de consejos, con las transformaciones de su punto de vista que le dieron su retiro en la zona rural de las Cevenas y sus veinte años de labor junto a niños autistas.
El “trabajador social” al que se dirigen estas cartas es el que, sin trabajar con autistas, lidia día a día con la frontera entre la Hombralidad producto de la Cultura y lo humano de naturaleza que surge y resurge. No son los intelectuales, son los maestros jardineros, psicólogos, profesores, auxiliares, celadores, educadores, sociólogos, psiquiatras, y otros miles que están en la primera línea, testigos de primera mano de lo que puede ser eso “humano” que persiste, aunque expulsado y hundido bajo el orden de lo Simbólico y la Memoria de educación.
Como señala Pierre Macherey en el posfacio, Deligny no parte nunca desde las disputas conceptuales, sino siempre desde los hechos cotidianos que han marcado su vida, a los que convierte en “leyendas”, como la de los botines voladores en el psiquiátrico, la de la niña-reina que desciende la colina de residuos del basural municipal, la de la banda improvisada que, a la fuga, termina acampando en el Vercors, o la de los seis energúmenos que planean robar a un viejita.
La apuesta de Deligny es que la experiencia excepcional con niños autistas puede brindar herramientas para que cualquier trabajador social, sea cual sea la función que le atribuyan las instituciones, escape a la condena de ser un recuperador de los residuos sociales, para convertir su trabajo en una investigación sobre “ese eslabón perdido entre la hombralidad y la animalidad” que traza líneas y trama redes aun en las peores condiciones, que está tejido por infinitivos primordiales como actuar, advertir, trazar, y el principal infinitivo formador de grupos, que atraviesa todo el libro: asilar.

Cartas a un trabajador social - Fernand Deligny

$19.500
Cartas a un trabajador social - Fernand Deligny $19.500

A cincuenta años de la publicación de Semilla de crápula. Consejos para los educadores que quieran cultivarla, que se convirtió en una especie de libro rojo que le dio renombre en el ámbito educativo, Deligny retoma, con una pizca de ironía, la literatura de consejos, con las transformaciones de su punto de vista que le dieron su retiro en la zona rural de las Cevenas y sus veinte años de labor junto a niños autistas.
El “trabajador social” al que se dirigen estas cartas es el que, sin trabajar con autistas, lidia día a día con la frontera entre la Hombralidad producto de la Cultura y lo humano de naturaleza que surge y resurge. No son los intelectuales, son los maestros jardineros, psicólogos, profesores, auxiliares, celadores, educadores, sociólogos, psiquiatras, y otros miles que están en la primera línea, testigos de primera mano de lo que puede ser eso “humano” que persiste, aunque expulsado y hundido bajo el orden de lo Simbólico y la Memoria de educación.
Como señala Pierre Macherey en el posfacio, Deligny no parte nunca desde las disputas conceptuales, sino siempre desde los hechos cotidianos que han marcado su vida, a los que convierte en “leyendas”, como la de los botines voladores en el psiquiátrico, la de la niña-reina que desciende la colina de residuos del basural municipal, la de la banda improvisada que, a la fuga, termina acampando en el Vercors, o la de los seis energúmenos que planean robar a un viejita.
La apuesta de Deligny es que la experiencia excepcional con niños autistas puede brindar herramientas para que cualquier trabajador social, sea cual sea la función que le atribuyan las instituciones, escape a la condena de ser un recuperador de los residuos sociales, para convertir su trabajo en una investigación sobre “ese eslabón perdido entre la hombralidad y la animalidad” que traza líneas y trama redes aun en las peores condiciones, que está tejido por infinitivos primordiales como actuar, advertir, trazar, y el principal infinitivo formador de grupos, que atraviesa todo el libro: asilar.