Vicente Zito Lema percibe, con olfato de muchas batallas, que “El sentido común apesta”.
Cantos oscuros inician una ceremonia de despedida de quien sabe que “se agota la cuenta de los días”. Este libro denuncia una extorsión que el habla del capital trata de enmascarar: “Aquí vive el que puede pagar”.
La voz afinada del poeta acarrea sensibilidades que reparan en lo nimio y tajean hipocresías, sensibilidades que detectan aflicciones y furias contra injusticias. Se trata de una escritura rebasada por una civilización que hace daño. Que está ahí, como memoria insomne, como vigilia descarnada, de una comunidad que deja matar.
Culturas ancestrales practican cantos sanadores.
Esta poética retoma el canto como ritual de curación de la vida en común. Estos textos cuentan infortunios para que tiempos venideros los sepan. Un segundo de dolor puede necesitar más de cien páginas para decirse. Y, a veces, ni eso alcanza.
Se reconoce en esta obra una inmensa ternura y un indeclinable compromiso con las poéticas de la emancipación. Cantos oscuros no entonan pesimismos quejosos condescendientes con lo mal que están las cosas; tampoco optimismos esperanzadores que anuncian redenciones. Invocan complicidades. Claman cercanías de deseos que luchan.
Estas páginas se proponen como fuegos para palabras compartidas, como gestos que abrazan en la intemperie, como oratorias de un porvenir que avanza sin libretos.
Cantos oscuros, pero no oscurecidos. Cantos grávidos y doloridos. Cantos, también, de revueltas momentáneamente eclipsadas.
Palabras imponen y subvierten fronteras. Cuando ocurre lo segundo, como en este libro, entonces, las trenzas que hablan extienden puentes con el resto de lo vivo.

Marcelo Percia

 

Cantos Oscuros, días crueles - Vicente Zito lema

$15.000
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Vicente Zito Lema percibe, con olfato de muchas batallas, que “El sentido común apesta”.
Cantos oscuros inician una ceremonia de despedida de quien sabe que “se agota la cuenta de los días”. Este libro denuncia una extorsión que el habla del capital trata de enmascarar: “Aquí vive el que puede pagar”.
La voz afinada del poeta acarrea sensibilidades que reparan en lo nimio y tajean hipocresías, sensibilidades que detectan aflicciones y furias contra injusticias. Se trata de una escritura rebasada por una civilización que hace daño. Que está ahí, como memoria insomne, como vigilia descarnada, de una comunidad que deja matar.
Culturas ancestrales practican cantos sanadores.
Esta poética retoma el canto como ritual de curación de la vida en común. Estos textos cuentan infortunios para que tiempos venideros los sepan. Un segundo de dolor puede necesitar más de cien páginas para decirse. Y, a veces, ni eso alcanza.
Se reconoce en esta obra una inmensa ternura y un indeclinable compromiso con las poéticas de la emancipación. Cantos oscuros no entonan pesimismos quejosos condescendientes con lo mal que están las cosas; tampoco optimismos esperanzadores que anuncian redenciones. Invocan complicidades. Claman cercanías de deseos que luchan.
Estas páginas se proponen como fuegos para palabras compartidas, como gestos que abrazan en la intemperie, como oratorias de un porvenir que avanza sin libretos.
Cantos oscuros, pero no oscurecidos. Cantos grávidos y doloridos. Cantos, también, de revueltas momentáneamente eclipsadas.
Palabras imponen y subvierten fronteras. Cuando ocurre lo segundo, como en este libro, entonces, las trenzas que hablan extienden puentes con el resto de lo vivo.

Marcelo Percia