Un muchacho como yo

por Daniel Gigena


En Alegría, Facundo R. Soto imprime una cartografía gay sobre el mapa de Buenos Aires. En la novela, los personajes, entre los que se incluye el alterego del autor, yiran por bares, terrazas y fiestas, en una búsqueda que comienzan a intuir como estereotipada.

Con los años, Facundo R. Soto (pero también Facu Soto o Facundo Soto, como aparece en diferentes portadas de libros) creó una obra singular, con un elenco propio de personajes, que lo incluye, y una geografía que convierte en infinita la ciudad de Buenos Aires. Las temáticas de sus novelas y cuentos se enfocan en los cortocircuitos de la cuestión gay. El inicio de Alegría, uno de sus dos nuevos libros publicados en la flamante editorial Saraza, está ambientado en una fecha histórica, el 15 de julio de 2010. Junto con varios amigos, durante la madrugada del debate en el Congreso de la ley de matrimonio igualitario, Facu espera la aprobación. Cuentan los votos, miran de reojo las pantallas de los televisores, insultan a evangelistas y católicos que protestan contra la ley, observan a otros chicos como ellos. En la literatura de Soto, la mayoría de los personajes es joven. Incluso Bautista, el hombre casado que engaña a su mujer con otros hombres en baños públicos, se siente atraído por el grupo de Facu y sus amigos, a la búsqueda de una juventud perdida. ¿Perdida en qué sentido? Ese es un hilo del que se podría tirar para avanzar en la lectura de Alegría. 
Como suele ocurrir en otras ficciones del autor, el personaje de Facu no es el protagonista. Él parece estar (como se percibe en Fotocopia, por ejemplo) en un momento de despedida de un universo de descubrimiento y voluptuosidad, al que comienza a reemplazar otro de repliegue y distancia. No por nada al inicio de la novela el fantasma de Ioshua recorre las páginas de Alegría en un contrapunto crítico de los festejos de una ley demasiado asociada, para el gusto del autor de Clasismo homo, con el poder.

En la novela, que acaso toma su nombre de una traducción libre de la palabra “gay”, la alegría encuentra sus variantes en las conversaciones disparatadas de los amigos fumados en terrazas y departamentos, en los chats de levante, en la fiesta del primer casamiento al que asisten, y que encuentran un poco decepcionante. “Esto no tiene nada de gay, es un embole, como la mayoría de los casamientos a los que fui”, dice Rodry. Las frustraciones hacen mella en el ánimo de los protagonistas.

Alegría es un relato coral, con estructura de folletín y una abundante información sobre la vida gay en la Buenos Aires del kirchnerismo. Fede trabaja en un call center; Facu, en una consultora; Matías rapea en la Plaza Dorrego. Con una mirada irónica, Soto enlista los consumos gays prototípicos de aquellos que aún pueden consumir. En distintos episodios de la novela se degustan barritas de cereales, granolas, sushi, pizza de muzarela y albahaca, langostinos con salsa de maracuyá. Incluso cuando Facu debe oficiar como confidente de Laura, una afligida colega que sospecha que su esposo se acuesta con hombres, el narrador no pierde la oportunidad de deslizar ese matiz mordaz: “La invité a tomar un café donde hacen unos macarrones de mango, que son exquisitos”. 

Es, también, una de las ficciones de Soto donde más veces aparece la palabra “pija”. Ese fetiche verbal, típico de los cuentos y novelas del autor, funciona como la contraseña de la comunidad de personajes. Bautista, el hombre mayor “al que le gusta la joda”, sintetiza en clave cibernética esa idolatría. “Parecía una pija fotoshopeada. En pantalla plana, Facu. Pixelada. Se agrandaba y achicaba frente a mi boca… Era la de mis sueños”, le confiesa al amigo, mientras se desarrolla un partido de fútbol amateur en el Parque Sarmiento.
Una cartografía gay se imprime sobre el mapa de la ciudad de Buenos Aires. Los personajes deambulan, solos o en grupo, por bares, plazas y fiestas, en una búsqueda que comienzan a intuir como estereotipada. Algunos de los personajes, como Matías, buscan respuestas en claves del pasado familiar o, como Rodry, en su interior. “Ahora piensa si realmente quiere un compañero o es lo que los demás esperan de él. ¿Los demás? ¿Quiénes son los demás?”, reflexiona. El compás entre vivencias íntimas y grupales de los personajes permite que la novela “respire”, fluya e incluso se interrogue. En ese sentido, no es casual que al inicio y al final de Alegría los espacios elegidos por el autor sean las dos plazas de mayor convocatoria política del país. De la Plaza del Congreso en el invierno de 2010 a los prolegómenos de la Marcha del Orgullo en Plaza de Mayo, en la primavera del mismo año, Facu y sus amigos se dejan afectar por aquello que la historia tiene de inevitable y, por fortuna, también de aleatorio.

https://www.pagina12.com.ar/155637-un-muchacho-como-yo

 

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Alegría - Facundo Soto

$11.500
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Un muchacho como yo

por Daniel Gigena


En Alegría, Facundo R. Soto imprime una cartografía gay sobre el mapa de Buenos Aires. En la novela, los personajes, entre los que se incluye el alterego del autor, yiran por bares, terrazas y fiestas, en una búsqueda que comienzan a intuir como estereotipada.

Con los años, Facundo R. Soto (pero también Facu Soto o Facundo Soto, como aparece en diferentes portadas de libros) creó una obra singular, con un elenco propio de personajes, que lo incluye, y una geografía que convierte en infinita la ciudad de Buenos Aires. Las temáticas de sus novelas y cuentos se enfocan en los cortocircuitos de la cuestión gay. El inicio de Alegría, uno de sus dos nuevos libros publicados en la flamante editorial Saraza, está ambientado en una fecha histórica, el 15 de julio de 2010. Junto con varios amigos, durante la madrugada del debate en el Congreso de la ley de matrimonio igualitario, Facu espera la aprobación. Cuentan los votos, miran de reojo las pantallas de los televisores, insultan a evangelistas y católicos que protestan contra la ley, observan a otros chicos como ellos. En la literatura de Soto, la mayoría de los personajes es joven. Incluso Bautista, el hombre casado que engaña a su mujer con otros hombres en baños públicos, se siente atraído por el grupo de Facu y sus amigos, a la búsqueda de una juventud perdida. ¿Perdida en qué sentido? Ese es un hilo del que se podría tirar para avanzar en la lectura de Alegría. 
Como suele ocurrir en otras ficciones del autor, el personaje de Facu no es el protagonista. Él parece estar (como se percibe en Fotocopia, por ejemplo) en un momento de despedida de un universo de descubrimiento y voluptuosidad, al que comienza a reemplazar otro de repliegue y distancia. No por nada al inicio de la novela el fantasma de Ioshua recorre las páginas de Alegría en un contrapunto crítico de los festejos de una ley demasiado asociada, para el gusto del autor de Clasismo homo, con el poder.

En la novela, que acaso toma su nombre de una traducción libre de la palabra “gay”, la alegría encuentra sus variantes en las conversaciones disparatadas de los amigos fumados en terrazas y departamentos, en los chats de levante, en la fiesta del primer casamiento al que asisten, y que encuentran un poco decepcionante. “Esto no tiene nada de gay, es un embole, como la mayoría de los casamientos a los que fui”, dice Rodry. Las frustraciones hacen mella en el ánimo de los protagonistas.

Alegría es un relato coral, con estructura de folletín y una abundante información sobre la vida gay en la Buenos Aires del kirchnerismo. Fede trabaja en un call center; Facu, en una consultora; Matías rapea en la Plaza Dorrego. Con una mirada irónica, Soto enlista los consumos gays prototípicos de aquellos que aún pueden consumir. En distintos episodios de la novela se degustan barritas de cereales, granolas, sushi, pizza de muzarela y albahaca, langostinos con salsa de maracuyá. Incluso cuando Facu debe oficiar como confidente de Laura, una afligida colega que sospecha que su esposo se acuesta con hombres, el narrador no pierde la oportunidad de deslizar ese matiz mordaz: “La invité a tomar un café donde hacen unos macarrones de mango, que son exquisitos”. 

Es, también, una de las ficciones de Soto donde más veces aparece la palabra “pija”. Ese fetiche verbal, típico de los cuentos y novelas del autor, funciona como la contraseña de la comunidad de personajes. Bautista, el hombre mayor “al que le gusta la joda”, sintetiza en clave cibernética esa idolatría. “Parecía una pija fotoshopeada. En pantalla plana, Facu. Pixelada. Se agrandaba y achicaba frente a mi boca… Era la de mis sueños”, le confiesa al amigo, mientras se desarrolla un partido de fútbol amateur en el Parque Sarmiento.
Una cartografía gay se imprime sobre el mapa de la ciudad de Buenos Aires. Los personajes deambulan, solos o en grupo, por bares, plazas y fiestas, en una búsqueda que comienzan a intuir como estereotipada. Algunos de los personajes, como Matías, buscan respuestas en claves del pasado familiar o, como Rodry, en su interior. “Ahora piensa si realmente quiere un compañero o es lo que los demás esperan de él. ¿Los demás? ¿Quiénes son los demás?”, reflexiona. El compás entre vivencias íntimas y grupales de los personajes permite que la novela “respire”, fluya e incluso se interrogue. En ese sentido, no es casual que al inicio y al final de Alegría los espacios elegidos por el autor sean las dos plazas de mayor convocatoria política del país. De la Plaza del Congreso en el invierno de 2010 a los prolegómenos de la Marcha del Orgullo en Plaza de Mayo, en la primavera del mismo año, Facu y sus amigos se dejan afectar por aquello que la historia tiene de inevitable y, por fortuna, también de aleatorio.

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