Somos de donde sentimos que somos. Podemos nacer en una parte y sentir que somos de otra. Pero nacer en una parte y sentir que somos de ahí es una sensación intransferible, una de las certezas más maravillosas que se puedan sentir. La poesía no puede ser ajena, la poesía acompaña ese movimiento y toma la forma necesaria para hacerse carne. Leonardo de los Ríos lleva el horizonte montañoso en la mirada, en el arrastramiento sanjuanino de la «R», pero lleva, sobre todo, su barrio en el corazón. ¿Con eso alcanza para escribir poesía? No, pero esa declaración, esa ética de cara al mundo es de un valor total. Para escribir poesía se necesita hacer un trabajo continuo, minucioso y paciente, se necesita tener un amor específico al oficio más allá de cualquier reconocimiento. Así fue el periplo barrial de Leo con 300 días de sol, hurgó entre sus posibilidades y sus esperanzas, metió las patas en el barro hasta la mismísima esencia, puso y sacó versos infinitas veces, disfrutó y sufrió el viaje, porque así es la vida, exigir que sea de otro modo es subestimar a la poesía. Y de eso sí que no se vuelve, porque la poesía está en los nacederos, ahí donde nace lo que nos excede, lo que nos conmueve y lo que nos sostiene: nuestra propia idiosincrasia.

300 días de sol - Leonardo de los Rios

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Somos de donde sentimos que somos. Podemos nacer en una parte y sentir que somos de otra. Pero nacer en una parte y sentir que somos de ahí es una sensación intransferible, una de las certezas más maravillosas que se puedan sentir. La poesía no puede ser ajena, la poesía acompaña ese movimiento y toma la forma necesaria para hacerse carne. Leonardo de los Ríos lleva el horizonte montañoso en la mirada, en el arrastramiento sanjuanino de la «R», pero lleva, sobre todo, su barrio en el corazón. ¿Con eso alcanza para escribir poesía? No, pero esa declaración, esa ética de cara al mundo es de un valor total. Para escribir poesía se necesita hacer un trabajo continuo, minucioso y paciente, se necesita tener un amor específico al oficio más allá de cualquier reconocimiento. Así fue el periplo barrial de Leo con 300 días de sol, hurgó entre sus posibilidades y sus esperanzas, metió las patas en el barro hasta la mismísima esencia, puso y sacó versos infinitas veces, disfrutó y sufrió el viaje, porque así es la vida, exigir que sea de otro modo es subestimar a la poesía. Y de eso sí que no se vuelve, porque la poesía está en los nacederos, ahí donde nace lo que nos excede, lo que nos conmueve y lo que nos sostiene: nuestra propia idiosincrasia.