Esto que di por llamar “Puma”, es el dibujo a mano alzada de algo que aún no figuro con claridad. Todo lo que alguna vez llegó a conformar un libro, un universo, un diorama de lenguaje autónomo para mí, se precipita desde un cuarto a oscuras que de tanto en tanto, se ilumina en ráfagas de sentido.
Esta antesala que aquí abro en penumbra, trae su claroscuro de un último viaje que hice en tren en enero de este año. Pero la búsqueda empezó mucho antes, en imágenes que se guardaron en mí desde que era muy chica. Como una documentalista, encontrando en su travesía un símbolo que ya conocía sin poder decir su nombre. Así saco mis fotos también, apostando todo al intento de traducir el sonido del viento quebrando las ramas.
En el tren escribí (y así empieza la historia):
“Hace años que quiero cruzar la meseta en tren. Con la idea de encontrar la aparición. Voy tras el latido del puma que nunca vi, pero escuché. El puma que vio mi viejo, desde su camión, una noche helada en la vera de un río. Se había hecho tarde para cruzar en balsa: desde la otra orilla el balsero le grita que cuando bajara el sol no saliera de la cabina. A la noche, ante la luz de un farol de emergencia, con la vista helada, mi viejo contaba que lo vio.
El puma bajó lento y tomó agua, y se perdió entre las matas.
Yo no despego la mirada de las fallas de piedra y el polvo. Junto y aprieto las manos. Casi pareciera que estoy orando: sólo dirijo mi deseo.
Pasan las horas, y cuando la noche está tragando las formas, ahí lo veo, en un peñón. El corazón del puma, sol de la planicie.” / Tren Patagónico, Enero de 2020.

Puma - Gabriela C. Pignataro

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Esto que di por llamar “Puma”, es el dibujo a mano alzada de algo que aún no figuro con claridad. Todo lo que alguna vez llegó a conformar un libro, un universo, un diorama de lenguaje autónomo para mí, se precipita desde un cuarto a oscuras que de tanto en tanto, se ilumina en ráfagas de sentido.
Esta antesala que aquí abro en penumbra, trae su claroscuro de un último viaje que hice en tren en enero de este año. Pero la búsqueda empezó mucho antes, en imágenes que se guardaron en mí desde que era muy chica. Como una documentalista, encontrando en su travesía un símbolo que ya conocía sin poder decir su nombre. Así saco mis fotos también, apostando todo al intento de traducir el sonido del viento quebrando las ramas.
En el tren escribí (y así empieza la historia):
“Hace años que quiero cruzar la meseta en tren. Con la idea de encontrar la aparición. Voy tras el latido del puma que nunca vi, pero escuché. El puma que vio mi viejo, desde su camión, una noche helada en la vera de un río. Se había hecho tarde para cruzar en balsa: desde la otra orilla el balsero le grita que cuando bajara el sol no saliera de la cabina. A la noche, ante la luz de un farol de emergencia, con la vista helada, mi viejo contaba que lo vio.
El puma bajó lento y tomó agua, y se perdió entre las matas.
Yo no despego la mirada de las fallas de piedra y el polvo. Junto y aprieto las manos. Casi pareciera que estoy orando: sólo dirijo mi deseo.
Pasan las horas, y cuando la noche está tragando las formas, ahí lo veo, en un peñón. El corazón del puma, sol de la planicie.” / Tren Patagónico, Enero de 2020.