La hendidura de un objeto al romperse, y el apellido de uno de sus personajes, dan nombre a este libro: «Al Mella no lo mataron», leemos en el poema final. A Mella también lo acompañan Denis, un estudiante de doce años del colegio 286, arrepentido de haberse gastado la plata del gas, y choferes que trabajan cantando a la Pizarro. La experiencia de la ciudad aparece aquí en medio de sopaipillas, canciones de Leo Dan, cintillos del NO en el parque O’Higgins, murales de Playa Ancha, radios que no encienden, cuentas sin pagar y niños con «migas de pan en la cara / que no provocan ternura».

 

«Mi papá está llorando dos piezas más allá / lo puedo escuchar / porque nunca hubo puertas». Sobre el trabajo de Priscilla Cajales, la crítica Patricia Espinosa ha señalado que se trata de «una estética de lo menor orientada a detallar gestos, vidas, imágenes de resistencia cotidiana, desde una palabra desprovista de adornos, directa, íntima y cercana».

Mella - Priscilla Cajales

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La hendidura de un objeto al romperse, y el apellido de uno de sus personajes, dan nombre a este libro: «Al Mella no lo mataron», leemos en el poema final. A Mella también lo acompañan Denis, un estudiante de doce años del colegio 286, arrepentido de haberse gastado la plata del gas, y choferes que trabajan cantando a la Pizarro. La experiencia de la ciudad aparece aquí en medio de sopaipillas, canciones de Leo Dan, cintillos del NO en el parque O’Higgins, murales de Playa Ancha, radios que no encienden, cuentas sin pagar y niños con «migas de pan en la cara / que no provocan ternura».

 

«Mi papá está llorando dos piezas más allá / lo puedo escuchar / porque nunca hubo puertas». Sobre el trabajo de Priscilla Cajales, la crítica Patricia Espinosa ha señalado que se trata de «una estética de lo menor orientada a detallar gestos, vidas, imágenes de resistencia cotidiana, desde una palabra desprovista de adornos, directa, íntima y cercana».