No muchos escritores obtienen lo que obtuvo Echeverría: una estatua que lo evoca en una plaza de la ciudad de Buenos Aires. No precisó, para lograrlo, destacarse en la acción militar, ni ocupar cargos políticos de relevancia: es el homenaje a un escritor en tanto que escritor. Esto bastaría para entender el lugar que ocupa Echeverría en el panteón de la literatura argentina: autor clásico y autor de clásicos, su centralidad es contundente. Hay un detalle urbano, sin embargo, que acaso puede estar significando algo más: la plazoleta porteña donde se erige en bronce la estatua de Echeverría no se llama, según podría esperarse, “El matadero” o “La cautiva” o “Dogma Socialista”, sino “Juvenilia”; evoca el libro de otro autor, de otro tiempo. Así, la plazoleta deja a Echeverría un tanto fuera de lugar. Esa aparente incongruencia revela, con todo, una verdad: la centralidad de Echeverría tiene en sí algo que es del orden del desvío. Su acceso al canon tiene tanto que ver con el paso seguro como con el extravío: una ruta indirecta (la de su exilio sinuoso y demorado), un texto diferido (“El matadero”, contemporáneo pero póstumo), un ojo que se tuerce (en el daguerrotipo y en el famoso cuadro de Charton), un cuerpo que se pierde (el cadáver de Echeverría, enterrado sumariamente en el fragor funerario del sitio de

Montevideo, nunca apareció, no tiene un lugar). El propósito de este libro es ofrecer una lectura de todo Echeverría, examinar por completo su obra integral y los trazos decisivos de su figura de escritor. Releer sus clásicos, pero también sus textos menos conocidos o nunca transitados. Indagar en la potencia cabal de su configuración como joven poeta romántico, pero también en las fatigas y las vacilaciones de sus incertidumbres de escritor. Para un clásico como Echeverría, cuya unánime ubicación central parece ser indisociable de estar también un poco fuera de foco, un estudio así resulta especialmente pertinente, y acaso indispensable. Alejandra Laera y Martín Kohan

Las brújulas del extraviado - Alejandra Laera, Martin Kohan

$10.600
Las brújulas del extraviado - Alejandra Laera, Martin Kohan $10.600

No muchos escritores obtienen lo que obtuvo Echeverría: una estatua que lo evoca en una plaza de la ciudad de Buenos Aires. No precisó, para lograrlo, destacarse en la acción militar, ni ocupar cargos políticos de relevancia: es el homenaje a un escritor en tanto que escritor. Esto bastaría para entender el lugar que ocupa Echeverría en el panteón de la literatura argentina: autor clásico y autor de clásicos, su centralidad es contundente. Hay un detalle urbano, sin embargo, que acaso puede estar significando algo más: la plazoleta porteña donde se erige en bronce la estatua de Echeverría no se llama, según podría esperarse, “El matadero” o “La cautiva” o “Dogma Socialista”, sino “Juvenilia”; evoca el libro de otro autor, de otro tiempo. Así, la plazoleta deja a Echeverría un tanto fuera de lugar. Esa aparente incongruencia revela, con todo, una verdad: la centralidad de Echeverría tiene en sí algo que es del orden del desvío. Su acceso al canon tiene tanto que ver con el paso seguro como con el extravío: una ruta indirecta (la de su exilio sinuoso y demorado), un texto diferido (“El matadero”, contemporáneo pero póstumo), un ojo que se tuerce (en el daguerrotipo y en el famoso cuadro de Charton), un cuerpo que se pierde (el cadáver de Echeverría, enterrado sumariamente en el fragor funerario del sitio de

Montevideo, nunca apareció, no tiene un lugar). El propósito de este libro es ofrecer una lectura de todo Echeverría, examinar por completo su obra integral y los trazos decisivos de su figura de escritor. Releer sus clásicos, pero también sus textos menos conocidos o nunca transitados. Indagar en la potencia cabal de su configuración como joven poeta romántico, pero también en las fatigas y las vacilaciones de sus incertidumbres de escritor. Para un clásico como Echeverría, cuya unánime ubicación central parece ser indisociable de estar también un poco fuera de foco, un estudio así resulta especialmente pertinente, y acaso indispensable. Alejandra Laera y Martín Kohan