Cuando el corazón de Maradona se detuvo las calles de Buenos Aires enmudecieron. En el silencio latía un sentimiento colectivo difícil de explicar. Se iba el crack que se elevó desde el barro a la cima. El jugador tocado por «la mano de Dios» que licuaba la sangre de San Genaro. El amigo de Fidel que vestía abrigos de piel. El hombre que desafió a los poderosos sin renegar de su origen. El adicto que reconoció sus errores porque «la pelota no se mancha». El fantasma de sí mismo que nunca se rendía

Mi Diego - Alejandro Duchini

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Cuando el corazón de Maradona se detuvo las calles de Buenos Aires enmudecieron. En el silencio latía un sentimiento colectivo difícil de explicar. Se iba el crack que se elevó desde el barro a la cima. El jugador tocado por «la mano de Dios» que licuaba la sangre de San Genaro. El amigo de Fidel que vestía abrigos de piel. El hombre que desafió a los poderosos sin renegar de su origen. El adicto que reconoció sus errores porque «la pelota no se mancha». El fantasma de sí mismo que nunca se rendía