La vanguardia rusa fue un ardiente grupo de unos pocos solitarios majestuosos y otros muchos deshilachados por el tiempo, entre los primeros estuvo Velimir Jlébnikov. Conviviendo con los grandes simbolistas (Blok, Bieli, Ivánov) y con la enorme Edad de Plata (Mandesltam, Tsvietáieva, Ajmátova, Pasternak, Bábel, Bieli), este poeta extiende la lengua para cubrir el mundo que su razón abre. Occidente coloca a Jlébnikov como “futurista” –que él variaba a “futuriano”– aunque quedará casi desconocido al lado de Maiakovski. Desconocido por falta de ediciones en la misma URSS entre 1936 y 1960 –cuando exhuman sus restos de la aldea y los trasladan a Novodiévichie, Moscú. Huérfano para siempre del presente enloquecido que lo rodea, su obra literalmente futura, hace imposible considerarlo soviético. Desajustado para siempre del canon, sus tentativas de teorías numéricas, de una lengua universal, su indignación por el servilismo de la época y la misma tragedia que vislumbra y escribe lo alejan definitivamente de toda clasificación escolar. Su salud precaria, sus estudios académicos abandonados, la sociedad militarizada, la guerra civil, el hambre y la enfermedad, lo hacen un viajero desharrapado que escribe la destrucción que ve mientras construye un originalísimo horizonte textual. Es Tiniánov el que destaca que la nueva estructura y perspectiva literaria de Jlébnikov revela la centralidad del sentido en el ámbito de la poesía.

 

Yo no sé si la Tierra gira o no,
depende de si cabe la palabra en un renglón.
Yo no sé si fueron mi abuela o mi abuelo
monos, como tampoco sé si prefiero lo ácido o lo dulce.
Pero sé que quiero bullir y que quiero que el Sol
y la vena de mi mano una común tremor.
Pero quiero que el rayo de la estrella bese el rayo de mi ojo,
como un ciervo a otro (¡oh, sus bellos ojos!).
Pero quiero creer que cuando yo tiemble
en un temblor común se una el universo.
Pero quiero creer que hay algo que queda
cuando la trenza de la amada sustituya, por ejemplo, por el tiempo.
Quiero sacar del paréntesis el factor común
que nos une a mí,
el sol, el cielo y el polvo perlado.

 

***Consultar por stock***

El rey del tiempo - Velimir Jlébnikov

$10.000
El rey del tiempo - Velimir Jlébnikov $10.000

La vanguardia rusa fue un ardiente grupo de unos pocos solitarios majestuosos y otros muchos deshilachados por el tiempo, entre los primeros estuvo Velimir Jlébnikov. Conviviendo con los grandes simbolistas (Blok, Bieli, Ivánov) y con la enorme Edad de Plata (Mandesltam, Tsvietáieva, Ajmátova, Pasternak, Bábel, Bieli), este poeta extiende la lengua para cubrir el mundo que su razón abre. Occidente coloca a Jlébnikov como “futurista” –que él variaba a “futuriano”– aunque quedará casi desconocido al lado de Maiakovski. Desconocido por falta de ediciones en la misma URSS entre 1936 y 1960 –cuando exhuman sus restos de la aldea y los trasladan a Novodiévichie, Moscú. Huérfano para siempre del presente enloquecido que lo rodea, su obra literalmente futura, hace imposible considerarlo soviético. Desajustado para siempre del canon, sus tentativas de teorías numéricas, de una lengua universal, su indignación por el servilismo de la época y la misma tragedia que vislumbra y escribe lo alejan definitivamente de toda clasificación escolar. Su salud precaria, sus estudios académicos abandonados, la sociedad militarizada, la guerra civil, el hambre y la enfermedad, lo hacen un viajero desharrapado que escribe la destrucción que ve mientras construye un originalísimo horizonte textual. Es Tiniánov el que destaca que la nueva estructura y perspectiva literaria de Jlébnikov revela la centralidad del sentido en el ámbito de la poesía.

 

Yo no sé si la Tierra gira o no,
depende de si cabe la palabra en un renglón.
Yo no sé si fueron mi abuela o mi abuelo
monos, como tampoco sé si prefiero lo ácido o lo dulce.
Pero sé que quiero bullir y que quiero que el Sol
y la vena de mi mano una común tremor.
Pero quiero que el rayo de la estrella bese el rayo de mi ojo,
como un ciervo a otro (¡oh, sus bellos ojos!).
Pero quiero creer que cuando yo tiemble
en un temblor común se una el universo.
Pero quiero creer que hay algo que queda
cuando la trenza de la amada sustituya, por ejemplo, por el tiempo.
Quiero sacar del paréntesis el factor común
que nos une a mí,
el sol, el cielo y el polvo perlado.

 

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